Cuando escuchamos esto de la dependencia emocional quizás no sabemos cómo definirla, pero seguramente sí que sabemos de qué estamos hablando y conocemos en mayor o menor medida a alguien que nos parece que la sufre. Ya seas tú, alguna de tus antiguas parejas, algún familiar, tus amistades. Y sin embargo, algo que es un importante motivo de malestar y de consulta psicológica, está poco investigado y no existe demasiada bibliografía. Porque ¿qué sabemos realmente sobre el tema?
Llamamos dependencia emocional a la necesidad extrema de afecto que se siente hacia la pareja (Castelló, 2000). Además esta idea se une a otras tales como tener excesiva confianza emocional en la otra persona, la falta de confianza y de autonomía propia. Todo ello se investiga dentro del constructo de dependencia emocional. Al fin y al cabo, como muchas cuestiones del bienestar o malestar emocional, todo es una cuestión de cantidad, de equilibrio. Querer, es hermoso. Y salar la comida, sabroso. Quererte mucho es como echar tres cucharadas de sal a la comida para añadir sabor: no sirve para nada, lo estropea todo.
El miedo a la ruptura y la separación disparan estados de malestar en la persona y estrategias de control para tratar de mantenerla a toda costa, que son generadoras de gran angustia, tanto para quien padece esta dependencia como para la pareja. Tanto para quien gasta sal de más, como para quien se tiene que comer la comida salada.
La dependencia emocional implica mala calidad de pareja. Como apuntan Lemos y Logroño (2006) se suelen desencadenar comportamientos tales como modificación de los planes personales para ajustarlos a la pareja, exageradas expresiones afectivas, búsquedas continuas de atención y expresiones emocionales impulsivas.
¿Nos suena cercano? ¿Alguna vez has cambiado tus necesidades, tus gustos, tus tiempos para reemplazarlos por sus planes, sus gustos? ¿Y te has visto a ti misma esperando el agradecimiento, la devolución en forma de favor, de cariño, de afecto, de amor? Es una secuencia que se retroalimenta, porque mientras más se hace este reemplazo de una misma “en nombre del amor”, más inseguridad creamos, más baja autoestima, menos nos queremos, menos nos creemos, más pedimos a la otra que nos diga que somos alguien, que contamos, que valemos.
Una persona que padece este tipo de dependencia es más susceptible de sufrir depresión ante la pérdida de la pareja, ya sea por muerte, separación o divorcio. Así no resulta extraño saber que la dependencia emocional está relacionada con la depresión e incluso el suicidio, Bornstein y O’Neill (2000).
Tiene todo el sentido: si una persona cree que cuando no está en pareja, es menos divertida, menos creativa, menos atractiva… solamente tomará en cuenta aquellas veces que, estando sin pareja, algo no le sale como esperaba, se verá más fea en el espejo, se involucrará menos en actividades divertidas, y lo poco que pueda disfrutarlo, o bien no lo verá o le resultará anecdótico, casual. Tener pareja se convierte en una especie de extraña poción mágica que todo lo puede. Con el peligro y agravante de que lo que se consigue no es mérito propio, sino de la pareja y lo que es peor quizás de todo: esos supuestos súper poderes se perderían inmediatamente al cesar la relación.
Queda bastante patente la necesidad de trabajar en la fortaleza y la gestión emocional, de aprender a amar en su justa medida, de cuidar a la persona querida sin dejar tú de ser jamás la persona más importante de la tuya.
Hay pocas relaciones que deban ser más igualitarias que las relaciones de pareja.
En las relación madre/padre-hijo/hija, en la relación con nuestra jefa/jefe, en nuestra relación con el carnicero, con el hotel que nos hospeda, con la pescadera, portero, electricista, compañía del gas… las relaciones son más o menos asimétricas, con más o menos poder en uno de los polos. Pero en la relación de pareja, la energía, poder, esfuerzo, dedicación se establecen a partes iguales. Cualquier desequilibrio en ellas origina malestar y mala calidad de la misma. Es como un descuadre en el eje de conducción de nuestro automóvil. Arrastra un error en la marcha que va complicando capa a capa el movimiento. El volante tiene que virar ciertos grados a derecha o izquierda para no salirnos del camino, y ese movimiento cuando menos es poco natural.
Es curioso sin embargo que algo tan devastador esté tan reforzado en nuestra cultura diaria de una manera tan aplaudida. No hay más que escuchar las letras de algunas canciones. No puedo vivir sin ti, no hay manera, canta Coque Malla. Ne me quitte pas‘, ruega Jacques Briel a su novia para que no lo abandone. Eu sei que vou chorar, A cada ausencia tua eu vou chorar (Sé que voy a llorar. A cada ausencia tuya sé que voy a llorar) Llora en portugués Tom Jobim. Devuélveme la vida, exige Antonio Orozco. Te quedas ahí, viendo como ardo. Pero no pasa nada, porque me encanta cómo duele (Just gonna stand there and watch me burn, but that´s all right because I like the way it hurts) Predica Rihanna a Eminem. En todas las culturas, en todos los idiomas y con todos los estilos se sufre por amor hasta desear la muerte, si la opción es la vida sin ti.
Quizá sería sano seguir disfrutando de la música, el cine, las series, los libros, pero siendo conscientes de que a veces nos transportan a un mundo de fantasía del que sin embargo nos quedamos con el mensaje de fondo como si fuera real.
Y la vida no se cuenta en las películas, porque la vida a veces es preciosamente aburrida. Las películas nos cuentan un trozo electrizante, convulso, poco representativo de la compleja y larga vida. La vida a veces es eso que sigue una vez empiezan los títulos de crédito. Y el amor, es maravilloso y envolvente y poderoso. Pero los super poderes, son tuyos y de nadie más.
¿ Quieres una sencilla herramienta para saber si padeces dependencia emocional? Mira dentro de ti mientras piensas en ella. Qué sientes.
Si duele… Ya no es amor.